
A veces, es duro estar aquí. Son tiempos muy revueltos. Se percibe incertidumbre por todos lados. La vida no siempre es bonita. Pero no se trata de que todo sea bello y maravilloso. No se trata de estar siempre feliz y sonriente. No se trata de adquirir nada que no se tenga ya. Se trata de reconocerse más allá de este fardo de dichas y desdichas que es el personaje que creo ser. Más allá de sus cualidades y sus defectos. Más allá de sentir energías positivas o negativas. De hecho, se trata de deshacer el juez que dictamina lo que es positivo, bueno o provechoso y lo que es negativo, malo o contraproducente. El juez interno que trabaja con leyes del pasado. Leyes promulgadas por episodios de miedo, culpa, dolor, etc. y también por bienes, placeres, prestigios, etc. Siempre trabajando con ideas que ya no deben ser operativas. Deben diluirse para dar paso a lo nuevo, a lo fresco, a lo verdadero. Si no hay juicios, todo será tal como es. Y se hará lo que toque hacer en cada momento. Lo que se tenga que hacer. Lo que sea correcto hacer. Y no habrá un “debería de…”. Si por ejemplo estoy en la tristeza, no habrá un “debería de estar alegre”. Si estoy en sufrimiento, no habrá un “debería estar feliz”. Por más espiritual que me crea, por más camino que piense que he hecho, por más obstáculos que haya superado. Estoy como estoy. Si estoy en dolor, estoy en dolor y punto. Si más. Y si estoy irradiando felicidad, risas y alegría; exactamente igual. Estoy como estoy y no pasa nada.
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Con todo, puedo estar más allá de todo el mogollón que me inunda en el momento. Si estoy con pensamientos de injusticia por algo que me han hecho, irascible, en pie de guerra, irritado y dolorido. Puedo coger todo ese fardo, arrugarlo y tirarlo a la papelera. El fondo lo liquida todo. Si me abro totalmente a la experiencia, la paz lo liquida todo. Puedo hacerlo. Puedo hacerlo. Diluir todo el mogollón mental y emocional. Es el centramiento. Es el silencio. Gracias, Padre. Gracias, Madre. Gracias.