14 - 07 - 09








Es posible que a veces esta persona que creo ser, este mecanismo cuerpo-mente, sea importunado, molestado o fastidiado por otra persona. Y es posible que a veces esto se haga de una manera que supere los límites de lo permisible por este mecanismo. Así, cuando un ego ha traspasado la barrera de lo tolerable, me pueden suceder varias cosas.


Puedo amortiguar las emociones, reprimir los impulsos y dar salida mental a esto maldiciendo (para mis adentros o verbalmente al exterior). Puedo tratar simplemente huir de la situación (mental o físicamente). O también puedo elaborar y adoptar un papel de ser bueno y comprensivo (para adentro o verbalmente), esto es, razonar para perdonar. Y yo no sé si esto es bueno o es malo, mejor o peor. Sólo sé que es algo que ha venido sucediendo.


Y me sucede ahora otro tipo de reacción, que para mí es mucho más genuina, y desde luego, liberadora. Ante un caso así, si no reprimo, sale el temperamento, el genio. Pero no diría el mal genio. Diría más bien que se produce por una apertura natural a la energía de la vida, a la fuerza combativa de la especie, del homo sapiens.


Pondré un ejemplo.
Imaginemos a un hombre pacífico “X” que está tranquilo y en paz, sentado en un banco leyendo el periódico. Después, llega otro hombre perturbador “Y” caminando desde lo lejos y se sienta a su lado. De pronto “Y” le arrebata el periódico a “X” y comienza a leerlo. “X” le pide educadamente explicaciones a “Y”, pero éste, lejos de devolverle el periódico, comienza a insultar a “X”. Éste reacciona con asombro, pero trata de apaciguar de forma pacífica a “Y” y sin si quiera pedirle que devuelva el periódico, se marcha a otro banco más alejado. Al cabo de unos instantes “X” vuelve a estar sentado y en paz en un banco e “Y” ojea el periódico en el banco original. Entonces “Y”, que parece que ha acabado de informarse, enrolla el periódico y se vuelve a dirigir hacia “X”, situándose de pie frente a él. Comienza a increparle de nuevo y después de varios insultos más, quién sabe por qué (aunque algún por qué tendrá y necesitaría otra historia) empuña el periódico enrollado y le da un pequeño golpe en la cabeza a “X”. Éste, que no da crédito a lo que está sucediendo, le dice que por favor no vuelva a hacerlo. Pero “Y” le pega otro golpe con el periódico un poco más fuerte. “X” trata de razonar y sosegar un poco la situación pero no hace si no recibir golpes cada vez más fuertes. Y así sucesivamente hasta que en un momento crítico, la paciencia y el mecanismo conciliador de “X” desaparece, se levanta enérgicamente y le da un tremendo patadón en los genitales a “Y”, que repentinamente cae al suelo profiriendo gemidos y alaridos por el padecimiento incomparable (los hombres me entenderán mejor esto último). Fin.


Se podrían decir varias cosas de esta historia, pero lo que quiero transmitir en el día de hoy, es que si este yo fuera “X”, no tendría absolutamente ningún tipo de remordimiento, ni ninguna culpa. Habría sucedido algo natural. La inteligencia, el amor y la energía de la vida habrían actuado perfectamente.


Y recuerdo ahora una historia que me contó un amigo. Había ido con su pareja a un safari y divisó a lo lejos, tras una valla, un majestuoso león que descansaba en absoluta calma. Él tiene fascinación por los animales, y no digamos por el rey de las bestias, así que se quiso acercar para verlo. Para ello, incumplió algunas normas y avisos (entre otros, los de su inteligente y prudente pareja). Y se aventuró llegando a situarse al borde de la valla, más allá de la cual, a unos tres o cuatro metros, se encontraba el león, sentado aún tranquilamente y dándole la espalda. Entonces mi amigo quiso llamar la atención del animal, para verlo de frente. Primero trató de llamar su atención de forma suave pero como el león no hacía caso, le gritó. Entonces, súbitamente, el león giró y se lanzó en dirección hacia él y en un instante estuvo frente a frente ante mi temerario amigo, a escaso medio metro y con sólo una valla bastante endeble interponiéndose entre los dos. Todo esto, al tiempo que el león abría una inmensa boca, con grandes colmillos y emitiendo un atronador rugido desde las profundidades de la vida misma, que dejó a mi amigo blanco y casi muerto del susto.


Parece ser que el león, bien podría haber roto la valla en un zarpazo y haberse dado un banquete matinal con mi amigo, pero no, sólo le rugió, sólo le advirtió. La vida le había dado un aviso. No te saltes las reglas. No juegues con el león. El león aquí es el rey. No juegues con el rey. Dios es el rey, no el ego. No juegues con fuego. La realidad le corta siempre la cabeza a la ilusión. No juegues con fuego…


Y hoy me viene sucediendo algo así. Otrora me había pasado algo parecido, pero yo entonces hacía el papel de mi amigo importunador. Pero hoy no. Hoy fui el león. Y me sentí bien. Y vi que las situaciones quedaban totalmente resueltas, perdonadas, liquidadas. Hoy fui león.


Y vengo experimentando ese potencial…

Ese inmenso caudal…

De fuerza inmemorial…

Noble y natural…

Que hay dentro del animal…

Que descansa activa…

Serena pero viva…

Dispuesta a usarse si es necesario…

Al servicio de la vida…




-.-.-




Soy un león